Dedicado a Camilo Catrillanca
Nuestro luto interminable
y nuestro dolor infinito.
Catrillanca, Joya Herida,
va tu püllü por los campos
azotados de Temucuicui.
La cabeza destrozada,
el espíritu abatido
por la lengua de los poderosos.
Silban, vuelan lacrimógenas
en tu cortejo fúnebre.
Gimen niños, madres, viejos
que no pueden ya cantar
el mapuzugun de los sueños.
Va el idioma de la muerte desatado,
la sevicia como único recurso.
¿Qué daremos a los hijos del futuro,
a la niña de Camilo,
a su mujer encinta,
a esos chicos que huyen solos
hacia matorrales ásperos?
Otros lloran y no duermen,
malheridos por adultos
que resguardan con fusiles
el Estado de Derecho.
Nuestro luto interminable
en la gris tierra mojada,
nuestro dolor infinito
bajo la luz del sol.
Pero el canto en la memoria nos sostiene,
pero el zungun de las flores,
pero el rumor de los ríos,
pero esa bandada de treiles
que anuncia visitantes
bajo la lluvia del sur.
¡Petu mongeleiñ, petu mongeleiñ!
Existimos todavía, Catrillanca,
en la sangre del Wallmapu,
en el baile de los choiques,
en los ojos de tu hija
que ahora crece junto al fuego
esperando con nosotros
la inevitable justicia de la tierra.