Contra el fascismo criminal // Hacia una nueva constitución Tres apuntes en el camino

Después de un mes de explosión social, el escenario de Chile ha cambiado de maneras imprevisibles en apenas unas semanas. La sensación de que Chile despertó se ha convertido en un sentido común mayoritario. El dolor por los crímenes cometidos por el Estado y sus agentes nos ha enlutado, dejando en evidencia lo urgente del camino que recorremos. Nos ha demostrado que estamos en un proceso de vida o muerte, más allá de las metáforas. Este escenario sería imposible sin el coraje de la juventud, que desde el primer día puso el cuerpo y comenzó a saltar los torniquetes de la historia, uno a uno.

Hoy tenemos un nuevo elemento sobre la mesa, un acuerdo firmado por la clase política, desde un espacio tremendamente cuestionado. Ese acuerdo dibuja líneas centrales de un mapa precario que podría ayudarnos a avanzar. Ya no queda ni paciencia ni ingenuidad para con esa clase política, y nos saltan en la cara las razones para desconfiar. Vemos sus intentos de trampa a cada paso, porque ni siquiera son demasiado hábiles como para esconder las huellas de sus intenciones.

En ese cuadro, quisiera apuntar tres ideas para la conversación en curso.

Primero, que nuestra lucha es por cambiar Chile, y una nueva constitución democrática, surgida del pueblo, es un paso fundamental. Pero esta no debiera correr el riesgo de extraviarse por, al menos, dos peligros. La nueva carta fundamental no es un programa de gobierno que se agote en reivindicaciones de la contingencia, sino un gran acuerdo de principios que podrá guiar nuestro rumbo futuro. Tampoco puede nacer como un acto de venganza. Por más profundas que sean las heridas que la historia nos ha ocasionado, el camino para salir de la crisis debiera señalar un umbral más alto y más ético. No podemos caer en la tentación de actuar como ellos han actuado. El momento de la justicia llegará con la nueva constitución, y pagarán cada crimen cometido: contra el cuerpo de nuestras hermanas y hermanos, contra el país común que han saqueado y violado, contra el derecho de vivir en paz de toda la ciudadanía.

Segundo, debemos considerar que quienes hoy son nuestros adversarios, también forman parte de la comunidad que llamamos Chile. No parece prudente intentar una “derrota humillante”. Estoy pensando aquí en los ejemplos de la historia. Al finalizar la Primera Guerra Mundial, la aplastante carga de gestos políticos, económicos y simbólicos con que los ganadores aplastaron a los perdedores, provocó que la paz alcanzada en 1918 se quebrara a muy poco andar después de la siguiente crisis mundial, con resultados catastróficos para la humanidad. Sabemos que en el futuro volveremos a enfrentar crisis, y sería importante construir un país que nos permita, quizás por primera vez, enfrentarlas cuidando de cada una de las personas que lo comparte. Un país donde los adversarios puedan encontrarse y seguir resolviendo sus diferencias en paz.

Por último, no olvidamos la amenaza del fascismo que rodea nuestros días, en el mundo y también en nuestro país. Y quiero recordar a Umberto Eco y su reflexión sobre lo que él llamaba Ur-Fascismo, que se puede entender como el peligro de un fascismo profundo, quizás eterno, que siempre estará ahí. Los relatos que construyen nuestras ideas políticas siempre consideran, como es natural, la idea de conflicto. El liberalismo ha descrito ese conflicto como la oposición de los seres humanos unos-contra-otros, así, en general y como parte de la naturaleza. El marxismo, en cambio, lo hace apelando a grandes comunidades, grupos o clases que se disputan la posibilidad de desarrollarse. Cada una de estas perspectivas, aunque llenas de diferencias, suponen reconocer a un adversario político. El fascismo cambia esa lógica totalmente, simplemente se construye a partir de un ‘enemigo’. El simple peligro de ese enemigo es el que justifica buscar literalmente su destrucción, construyendo una identidad que en el fondo está vacía de cualquier otro contenido que no sea esa violencia criminal. Y como decía Eco, sería fácil pensar que el fascismo volverá en nuestra época vistiendo uniforme y usando un bigote ridículo fácil de identificar. Al contrario, el peligro del fascismo es que se alimenta del miedo para volver una y otra vez, obligándonos a permanecer alertas y lúcidos.

Creo que la historia de Chile tiene suficientes lecciones para ayudarnos a salir de este nudo actual. Cuando en febrero de 1988 la oposición decidió emprender el camino del plebiscito, la dictadura tenía activadas todas las trampas posibles de imaginar: no había servicio electoral, ni partidos políticos, ni libertades civiles. Pero Chile avanzó con unidad y compromiso, logrando derrotar esas trampas y provocando el triunfo de una esperanza. Sabemos que los siguientes treinta años fueron de decepción y traiciones. Pero no estamos condenados a repetir esos errores. Necesitamos encontrarnos en la calle, pero también en las instituciones. En la solidaridad de nuestras compañeras y compañeros de lucha, pero también con esos adversarios disponibles para avanzar.

La historia es nuestra, y quien nos dio esa lección pagó con su vida el precio de enseñarla. Hoy, la tarea está en nuestras manos.

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